El retrato de la familia mexiquense

Hace unas semanas caminaba por las calles de nuestra congestionada capital, cuando decidí darle a mis pasos el rumbo de La Alameda, al llegar al cruce de Miguel Hidalgo y Melchor Ocampo (la calle que viene de la policlínica) comenzó a llover, camine por Melchor Ocampo pensando que sería una lluvia pasajera, cuál sería mi sorpresa cuando vi que gotas gordas y gruesas caían, deje de caminar y el avance de la nube era constante, a primeras luces venía a procurarme un regaderazo.

Mire a mi izquierda y unas letras doradas atrajeron mi atención, el portón abierto fue mi salvación. Ingresé al edificio que procura sombra en el patio central bajo los verdes abetos de su interior y el domo de plástico mantuvo seco en el interior, los vívidos colores atrajeron mi mirada.

Entré en la casa y lentamente me di cuenta que desconocía las escenas que ahí se representaban, desde la reparación de barcos atuneros hasta escenas cotidianas de la cuidad de hace más de 20 años, es curioso ver como los niños lanzan preguntas a los padres; ¿qué es eso papá? Y exclamaciones ¡Se ve real!, ¿Para qué hacían eso? Lentamente me di cuenta de la fuerza de los colores vibrantes y la sensación tan acogedora.

Seguí recorriendo las salas hasta llegar a lo que parece ser una oficina, en ella el frio emana de las acuarelas como una mañana de julio; al pie del Cerro Colorado en Santo Tomás de los Plátanos (donde sufren desabasto... aquí tenemos problemas con el agua y de las presas no podemos sacar ni un mililitro porque (CFE) no nos deja, además no sabemos por qué están bajos sus niveles, porque la presa es alimentada por el Río de Ixtapan del Oro y no bombea agua para ningún lado .)(1) un señor de manos gruesas, rostro apiñonado y cabello cenizo se acercó tanto al cuadro que parecía respirar la humedad, como si recordara su tierra, mientras sus manos se unían como en un esfuerzo sobre humano para recordar... preferí retirarme de la habitación y continuar el recorrido.

Los pasillos me condujeron a una habitación con tantos cuadros que costaba trabajo decidirse por donde empezar. En las acuarelas se veían señoras que levantan cañas de azúcar.

- ¡Alex, están geniales!- Decía una señorita de abrigo negro a un joven de cabello revuelto- Alex, ¡se mueven! Y no son 3D

Una señora acompañada de su esposo mira al pasado de Valle de Bravo, el de hace 40 años, mientras se asombra de lo poco que ha cambiado.

Estas acuarelas son parte de la memoria colectiva que necesitamos, pero más que eso el MUSEO DE LA ACUARELA es un espacio para compartir y convivir en armonía con la familia.


1. Horacio López Crisis del Agua Santo Tomás de los Plátanos http://impreso.milenio.com/node/8629268

Comentarios

SILVIA dijo…
Regresando de vacaciones, disculpa mi ausencia. Prometo ponerme al día prontito. besos!!

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